
Es difícil culpar a la gente por no creer en los políticos. Dicen una cosa en campaña y cuando llegan al poder olvidan lo que dijeron, hacen exactamente lo opuesto o le echan la culpa a otros por no cumplir sus promesas.
Tengo varios ejemplos notables. Darían risa si no fuera porque han afectado negativamente la vida de millones de personas.
Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar al gobernador de Puerto Rico, Luis Fortuño, quien ha despedido a más de 20,000 empleados públicos para enfrentar el enorme déficit que su gobierno heredó. El problema es que, cuando él era candidato, hizo la siguiente promesa: "Hago un compromiso contigo de que tu familia tendrá un plan de salud, de reducir el tamaño del gobierno sin despedir a nadie ... "
La parte importante de la promesa de Fortuño es la que dice "sin despedir a nadie". Muchos puertorriqueños votaron por él precisamente por esa promesa. Pero luego, ya en el gobierno, no cumplió su palabra.
''¿Por qué rompió su promesa?'' le pregunté.
"El problema es que el año pasado", explicó, "los principales funcionarios de gobierno, bajo juramento, nos mintieron a todos y dieron información totalmente falsa sobre el tamaño del déficit."
Cierto o no, Fortuño no cumplió su palabra.
George H. W. Bush (padre) tampoco cumplió su palabra cuando prometió que no aumentaría los impuestos. "No new taxes", dijo. Pero subió los impuestos, los electores se enojaron con él y perdió las votaciones de 1992 frente a Bill Clinton.
Hugo Chávez de Venezuela prometió en diciembre de 1998 que entregaría el poder luego de su primer periodo presidencial de cinco años. "Claro que estoy dispuesto a entregarlo", me dijo en una entrevista en Caracas, "no solamente después de cinco años, incluso antes". Las cuentas, sin embargo, no salen porque ya estamos en 2009 y Chávez sigue atornillado al poder. O sea, dijo cualquier cosa para ganar la elección y luego rompió su promesa.
En México, Felipe Calderón prometió en 2006 que crearía más de un millón de empleos cada año. Y así se comparó con el también candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador.
"La diferencia entre (López Obrador) y yo es muy sencilla", me dijo en una entrevista. "Yo voy a ser el presidente del empleo y él es el matachambas de los mexicanos."
Hoy sabemos que Calderón no ha cumplido su promesa. Según cifras oficiales del gobierno (www.empleo.gob.mx) Calderón no ha podido generar ni siquiera medio millón de empleos en tres años. (Cuando Calderón tomó posesión en diciembre de 2006 había 42,846,141 personas trabajando y la última cifra oficial indica que en junio de este 2009 había 43,344,281 personas ocupadas, es decir, tan solo 498,140 más.)
Se puede argumentar que a Calderón le tocó enfrentar la crisis económica mundial y que eso estaba fuera de su control. Cierto. Pero, entonces, no debió hacer ese tipo de promesas de campaña. Mucha gente votó por él sólo porque prometió crear más trabajos. Y él, está claro, no es el "presidente del empleo". Además, países como Chile y Brasil han estado mucho mejor preparados que México para salir de la actual crisis.
¿Es Calderón un "matachambas"? No necesariamente. Entonces ¿es un matapromesas? Eso sí.
Las palabras importan. Nuestra principal labor social como periodistas es evitar el abuso de los que tienen el poder. Y parte de esa misión es desvestir a los que hicieron promesas para llegar al poder y luego, como por arte de magia, se olvidaron de ellas.
Hay que recordarles una y otra vez a Fortuño, a Chávez y a Calderón que, cuando eran candidatos, hablaron de más. Y si la gente -los votantes, sus gobernados- ha dejado de creer en ellos, ahora ya saben por qué. Un gobernante vale lo que su palabra. Ni más, ni menos. Y ahora lo menos que podemos exigirles es que den la caraa.
a fuego!.
Faith/David Navarro
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